Aporofobia, parece
que ya estamos preparados para ponerle nombre a esas ganas de mirar para
la izquierda cuando pasa un indigente a
la derecha. El impulso incómodo de subir la ventana del auto antes de encontrarse
cara a cara con el vendedor ambulante. ¡Cuánto duelen esas miradas! Mejor
evitarlas. Parece que ya le pusimos nombre. Primer escalón, nombrarlo. Ponerse
el lente, mirar de cerca a la indiferencia.
Este miedo de
encontrarte en la mirada de un rostro sin nombre, como perdido en la calle. Rostros que luchan bajo un sol que no
descansa.
-Señor ¿Una moneda?
¿Notaste lo que
sentías? Una ligera angustia atascada en el pecho, el corazón acelerado. Una
taquicardia pasajera, te dices. Gajes del oficio al caminar por cualquier
calle. ¡Qué se va a hacer! Así es la vida.
Ni siquiera hay
espacio para otra idea. Todo está escrito y por suerte tú no escribes la
historia. La culpa está asignada. Tanto político hijo de… y fin del tema. Después revisas el whatsapp o te compras un helado. El
cielo está azul, es un lindo día.
Nombrar, nombrar las
cosas. No porque antes no existieran, sino porque existían aunque no quisieras
verlas. Solo conciencia.
Retrocedamos. Estar
viviendo esos segundos que se estiran como propagandas eternas antes de la
novela. Frente a ti un hombre pidiendo monedas. ¿Lo miras? Te pregunto si lo
miras. O solo sacas de prisa unas
monedas para evitar el encuentro, es decir, su mirada. Tres monedas: misión
cumplida. Que venga la siguiente historia, la tuya.
Y así seguir
caminando, echándole tierrita a la tristeza. Tu gran tristeza. La oscura
certeza de vivir en una sociedad que ha fracasado.
Entrar
en una ciudad es entrar en una idea. Recuerdo las
palabras de Memo Ángel en la universidad. Los edificios se hicieron con ideas,
las calles, los comercios, las casas y los autos. La arquitectura es una manera
de ver el mundo, de entender al ser humano, a la naturaleza. Traigo el recuerdo
para digerir esa palabra tan grande, tan intangible, tan elegante: La Sociedad.
La sociedad ha fracasado ¿Dónde presentas la queja, a dónde llevas la
propuesta?
Claramente la Sociedad
es una idea. Una idea que tenemos sobre nosotros mismos. De ahí se parte, desde
el principio, si no ¿cómo entender el cuento?
Estudiar para ser
competente, para estar calificado, para tener el título fuente de orgullo en la
familia. Competencias lingüísticas, competencias comunicativas, competencias
laborales. Estudiar para salir adelante, para ser alguien en la vida. ¡Ser
alguien en la vida! Vale la pena repetirlo como un eco de esa idea fundadora,
las raíces de la sociedad que conocemos. No eres nadie a menos que consigas
dinero, tengas un título profesional, mejor magister, mejor doctor y la carrera
sigue, después viene el trabajo, dónde vives, el auto, la ropa, etcétera. Solo
es mirar las vallas publicitarias. El ciudadano perfecto: tengo, luego existo.
El problema no es la
educación sino por qué estudiamos. A la abuela le escuchaba decir, Mija palo que nace torcido nunca se endereza.
Elemental. ¿Se entiende?
Aporofobia, es decir,
fobia a los pobres. Ver de frente la consecuencia natural de una forma de pensar
basada en la competencia. Esa intensa sensación de estar solo, separado del
mundo luchando por ti y los tuyos. Yo,
yo, yo, un diminuto yo que se siente amenazado, perseguido, en guerra. Así
nació la pobreza.
Claro, duele verlo.
No es que tengas miedo de ver a los pobres. ¡No! Es más profundo, tienes pánico
de ver las raíces del sistema operando en tu pensamiento, miedo de verte, de
sentirte mientras los miras. Esa incomodidad, esas ganas de que pase rápido el
momento. Como mirarte en el espejo y encontrarte la cara sucia. ¿La solución? Quitar el espejo en lugar de lavarte. ¿Cuánto le doy? Diez pesos,
cincuenta pesos. Te sentís mezquino, casi culpable. Eso sí. Con miles de
excusas que no faltan, pero no ayudan o bueno… solo por encima. Tierrita que
no alcanza y mejor que no alcance que ya tenemos palabra para hablar del tema,
dedicarle un tiempo.
La reunión de la
familia. La presentación del novio. Dónde vive, qué estudió, dónde trabaja. ¿En
qué viene a recogerte? ¡Ah! ¿A pie? Silencio incómodo. Hay que ponerle color a
la ideas, pintar el panorama.
Tal vez sea necesario
revisar los criterios, los por qué detrás de estar en tu trabajo, con tu
pareja, de estar haciendo lo que estés haciendo. Aplazando lo que quieres
porque siempre habrá un mañana. Que la traición empieza primero adentro, con
uno mismo. Cuando se elige vivir una vida que no se parece en nada a lo que
deseas. Esa es la miseria. La verdadera miseria.
Y que la culpa no la tengan siempre los políticos, el comodín perfecto para no mirarte. Sí, ahora
sí, se huele cerca la salida, cada persona haciéndose cargo de sus creencias,
del dolor que generan, cambiando su vida, eligiendo distinto. Ahí empieza la
responsabilidad con el mundo, la gratitud hacia la vida.
Que la vida es
abundante y se reproduce sola, se multiplica. Solo a la pobreza mental, ese yo
diminuto perseguido y mezquino, se le ocurrió la idea asombrosa de registrar
las semillas, de privatizar el sembrado, el alimento. Claramente el cáncer está
en la ideas.
Hay que empezar por
el principio. Llegar a la raíz. ¿Para qué más educación si aquello que la impulsa
es la codicia y la urgencia de dinero? Mija,
palo que nace torcido… Es simple.
Seguir el corazón y
quitarle el liderazgo al bolsillo como dueño y señor de las decisiones. De nada
sirve un bolsillo lleno y un corazón vacío. Ese día se aportará una acción
nueva al sistema, que no siempre la solución es regalar dinero, dar trabajo,
montar fundaciones, estallar bombas o hacer protestas. Ir a la raíz. Detectar
el germen en el pensamiento. En el día a día con uno mismo. Eso sí es empoderarse.
Tomar cartas en el asunto. Y después que vengan las acciones colectivas en
coherencia con las transformaciones internas. Así surge la creatividad, los proyectos
que inspiran y transforman.
Seguir el corazón. De
solo pensarlo tiemblan los cimientos. ¿Cuántos renunciarían? ¿Cuántos crearían
su empresa? ¿Cuántos saldrían del closet? ¿Cuántos estudiarían otra
carrera? ¿Cuántos dejarían sus estudios? ¿Cuántos se divorciarían? Y que quede
atrás el victimismo, la cueva para esconderse, para tirar la piedra a otro
lado. Que la sociedad, que el estado, que
la cultura, que la historia latinomericana, que la esencia misma del hombre. Sí, muy elegante, pero poco práctico
si lo que realmente anhelamos es una vida diferente.
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