miércoles, 18 de mayo de 2016

¿Exigirse o extinguirse?

Exigirse o extinguirse. Por ahí empieza el dolor. De pronto me cae una idea y no logro bajarla. Se queda flotando en el espacio como un pez asfixiado por el aire mientras busco la palabra más certera, la más bella, la más diplomática, la que le caiga bien a todos. Y así me quedo horas frente al computador mirando el cursor titilando en una página blanca. ¡Completamente blanca! Como si nada hubiera pasado en toda la tarde. Y justo ahí es cuando el blanco duele, cuando parece un insulto, un síntoma de que algo anda mal.

En esas tardes de criterio exquisito el tiempo se me vuelve taquicardia. Como si el movimiento tranquilo del segundero se burlara de mi entumecimiento cerebral. Y las ideas más brillantes desfilan a lo lejos hasta que agonizan. (O agonizo yo mientras las veo pasar).

 ¿Y entonces? ¿Me quedo en blanco? ¡Nada fácil la cuestión ésta! …Ustedes sabrán que existen otras ideas… las de combate, las que vienen a destruir, no a crear.

Las primeras tienen un pero para cada frase: que no, que no, no empecés con esa palabra, mirá que esa frase no engancha, el adjetivo antes del sustantivo suena forzado, esa palabra es muy odiosa en el mundo académico, ojo con los adjetivos clichés, no hablés con ese tonito de superación personal que te descartan los intelectuales… y así aparecen razones que se multiplican por mil mientras la Gran Idea comienza a enfriarse. A las primeras ideas, con ínfulas de erudición, les siguen otras con tono empresarial que solo se trasnochan por el uso del tiempo. ¿Cuánto llevás en esto y todavía nada? ¡Tenés que ser más productiva! ¡Estás perdiendo el tiempo! ¿Cuántos párrafos llevás? ¿Cuántas cosas hiciste hoy? ¿Y eso si da plata? Y así empieza un rendir de cuentas sin fin… Sumas y restas que no me alcanzan para llegar a la sonrisa… Y de pronto estoy cayendo en la operación más difícil de todas: La División, donde me parto en dos para empezar el sabotaje más jodido: la guerra conmigo misma.

A estas alturas la Gran Idea ya se fue con otro. Y yo me quedo luchando entre pensamientos empantanados. Doy un golpe y vienen dos de vuelta. Mientras más peleo más hondo llego como si el pantano fuera tierra movediza. Es jodido, bien jodido este tema. Se sabe que muchos han muerto en el intento.

Las ideas del pantano son brutales y mezquinas. No tienen el tono erudito ni el pragmatismo  empresarial. Van directo a donde más te duele: La verdad es que vos no servís para esto, la falta de práctica te quemó el cerebro… ¿Qué se puede hacer? ¡Hay consecuencias irreversibles!; a decir verdad no has hecho nada productivo en este día y ya llevás un par de días o meses por no decir que años en las mismas, taaaanto que se esperaba de vos, pero…Las primeras empiezan contra vos y luego, cuando el dolor y la culpa se hacen insoportables, este juego macabro da un giro magistral en el que te convertís en la víctima de un mundo despiadado que para valorarte te exige dinero, títulos,  belleza, trabajo, mansión, auto y cosas y cosas. Esta etapa es pegajosa, muchos se quedan en ella. Nada más triste que perder así la guerra: quedarte en el lodo creyendo que el salto no fue tuyo y que son los otros los responsables de sacarte.

Es curioso el victimismo si se le mira con lupa. En últimas, el problema no es lo que el mundo exija, el problema es que vos te exigís lo mismo que pide el mundo y por eso es que perdés la paz e incluso la vida obteniendo logros para que ese mundo (que detestas) te diga por fin: “Te felicito”, “Muy bien”, “Has triunfado”. Un mensaje  que jamás te dará si nos ponemos sinceros. Para el capitalismo nunca será suficiente. Deseo sin fondo. Dicen los budistas que ahí queda el infierno.

Infierno, tremenda palabra. Confieso que se coló en el texto de repente, nada premeditado, nada planeado. Mejor dicho, aquí mismo me entero que la palabra se pasearía por la historia. ¡Já! Escribir un texto sin saber qué viene… ¡Exquisita pérdida de control! ¿Cómo puede ser que tantos luchen por tenerlo?

Bueno, vamos con el infierno,  pero no el de llamas, diablos y tridentes ¡No, por favor! Vamos con el infierno conocido por todos. Esta guerra interna de pensamientos enfermos, rancios, empantanados; esta arena movediza en la que muchos se han ahogado, el curioso lugar donde tantos construyeron su casa.

En la vida hay que exigirse, hay que superarse, llegar más alto, no estés contento donde estás porque así no se progresa…y aquí es donde se pone seria la cosa. Cuando te guias por una exigencia que termina por extinguirte. Cuando vivís para alcanzar el éxito sin saber de qué se trata.

Y es que hay auto exigencias que te condenan al silencio porque siempre habrá una mejor palabra, una mejor idea, una, dos o veinte personas que no te aplaudan al unísono. Hay exigencias que te atan los brazos porque hay abrazos prohibidos, lugares inapropiados, personas que podrían rechazarte; hay exigencias que encadenan tus ideas porque al mundo no le gustarían. Exigencias que te condenan al No Ser, es decir, al mismísimo infierno: Sentir los latidos de tu esencia implorando tu atención mientras vos no juntás la fuerza necesaria para empezar a vivirte.

Y  así te quedás, ahí parado, al lado de la ruta, viendo la vida pasar, contemplando a ratos la belleza que te florece por dentro sin animarte a cantarlo, a bailarlo, a llorarlo, a jugarlo, a crearlo, a escribirlo, a cocinarlo... Te quedás mirando las ideas más grandiosas evaporarse porque no encontrás las palabras que los dejen contentos a todos.

Está claro que para SER hay que dejar de Agradar. Ese es el tema.

Habrá que pensar esta cuestión más de dos veces para que no llegue otra vez la noche con la misma pregunta. ¿Y qué hiciste? Habrá que animarse a esculpir la vida desde la propia esencia para que no vuelva otra vez el silencio melancólico de las noches perdidas, la ansiedad de mirar una página en blanco con ese cursor titilante haciéndote la misma pregunta... ¿Ya estás viviendo?