miércoles, 28 de septiembre de 2011

¿Ser = hacer?

¿Qué será de ellos? Aún me lo pregunto. Sus rostros, sus palabras, las historias que contaron aquel día me persiguieron durante varias noches antes de dormir. Pero los días pasaron y el afán de esta ciudad se apoderó de mí. Sumergida en el caos del hacer y el hacer fui sepultando esos recuerdos. Hoy volvieron sus rostros a mi mente reclamando atención.


Ese día esperaba el bus de Laureles en la 70. Después de 10 minutos bajo el sol se acercó un taxista gritando “¡Colectivo para el centro!”. Una propuesta que encontré tentadora. Antes de responder, noté que al interior del taxi había sólo hombres y un puesto por ocupar: el mío.

Vacilé unos segundos, pero decidí arriesgarme. Me monté, saludé, entregué el pasaje y me di cuenta que estaba equivocada: en el taxi había otra mujer y era gorda, tenía el cabello largo y una cola que consideré muy apretada.

Aún no terminaba de acomodarme cuando comprendí que todos llevaban una conversación. El taxista, al que le puse 24 años, se veía exaltado mientras que la mujer contaba una historia cada vez más íntima.

“El esposo de mi mamá me hizo muchas porquerías. El me ponía un cuchillo en el cuello y me violaba y me decía que sí le contaba a mí mamá la mataba con ese cuchillo”.

Al instante me recorrió un hormigueo por el cuerpo. Desconocía que la historia apenas comenzaba.

“Ese tipo me violó desde los 8 años y siguió haciéndolo hasta que cumplí 15, pero yo no me atrevía a decirle nada a mi mamá. Un día le conté a una amiga del colegio y ella me dijo que no fuera boba, que no me quedara callada, que le dijera a mi mamá. Entonces yo decidí contarle y cuando le conté, mi mamá me respondió ¿Y esta es la hora de venir a decirme? Eso significa que a usted le gustó, eso es que usted me quiere quitar a mi marido’ y me echó de la casa”.

La historia se ponía cada vez más escalofriante, pero lo que empezaba a asombrarme más era su manera de contarla. Parecía una niña contando aventuras. Los momentos más crueles de la historia los acompañaba de sonrisas y alzaba las cejas como diciendo: ¡sí, esas cosas pasan! El tono natural de su voz indicaba que ya pocas cosas la asustaban.

“Mi mamá estaba embarazada cuando me echó, estaba casi a punto de tener el bebé, pero yo no volví a saber nada de ella, ni de ese señor, nada. Como a los 7 años me le aparecí a la casa y vi a la niña ya grande y hablando con ella me di cuenta que el marido de mi mamá también la violaba. Entonces yo me conseguí el teléfono de él y le dije que nos viéramos, que yo no había sido capaz de estar con nadie más diferente a él y quedamos de encontramos en un motel.

Los demás en el taxi estábamos atentos. El taxista cada que podía clavaba los ojos sobre la mujer por el retrovisor. En el puesto de adelante iba un muchacho de unos 23 años y atrás estaba la mujer en una ventana, en la mitad un hombre con una barriga enorme, templada, como si estuviera embarazado y yo, que a pesar de las carnes abundantes de mis dos compañeros, iba cómoda.

“Entonces yo llevé un cuchillo y me encontré con él en el motel y cuando ya entramos al cuarto y estábamos solos, me le trepé encima y le di dos puñaladas en el cuello. Y ya después me acordé de todo lo que me había hecho y le pegué 1 4 puñaladas más”.

Al escuchar esto sentí un vacío en el estómago y volvió nuevamente la sensación de hormigueo. Extrañamente sentí frío en medio de un sol que picaba.

“Me monté en el taxi con una asesina”, pensé, y se heló mi sangre, pero afortunadamente la sensación duró poco, pues salió de mí esta voz:
No te confundas por los roles, ella es ante todo una persona al igual que tú. No la catalogues por lo que hizo, no se te olvide que es una persona.

Al instante me tranquilicé, no necesité más explicaciones. Por el contrario el muchacho que iba adelante volteó la cabeza hacia atrás para compartir su horror conmigo pero a cambio lo que vio fue mi tranquilidad.

-¡Tremendo!- dije- ¿Y qué pasó después?

“Mi mamá me echó la policía y me dieron 11 años de cárcel porque yo me ensañé con él, porque con las primeras dos puñaladas ya lo había matado”.

Mientras hablaba supe que no era de Medellín por su acento, entonces le pregunté que de dónde era y me dijo que de Bogotá.

-¿Hace cuánto saliste de la cárcel?- Pregunté-

-Es que acabé de salir, mejor dicho acabamos de salir.

-¿Acabamos?

-Sí es que él también salió de la cárcel – y señaló al hombre de la barriga enorme.

En ese momento me sentí como una periodista que tiene la fortuna de presenciar un acontecimiento que hará historia.

-¿Y qué se siente salir de la cárcel después de tantos años?-pregunté con emoción y sin pretensiones de disimularla-.

-Susto- respondió ella- y alzó una de las manos para mostrarme que temblaba.

El hombre gordo, al que no le había escuchado la voz, se sintió en confianza y dijo:

-Ahora casi me pisa una moto…

Cuando habló sentí su emoción y ese rostro serio que había mirado de reojo minutos antes, se convirtió en la cara de un hombre que siente, que tiene miedos, alegrías, historias por contar. Se rió y siguió diciendo que había perdido la costumbre de caminar por las calles, de pasar por los semáforos y de ver tanta gente que va en tantas direcciones.

-¡Esto es increíble, es una experiencia tremenda!

Dije emocionada mientras el taxista aprobaba mi comentario con los ojos alegres, una sonrisa y un: “¿Cierto que sí?” Por el contrario el muchacho de adelante perdió el habla. Lo único que me quedó de él fue su mirada de horror.

La mujer agregó que el hombre gordo debía estar más asustado porque había estado 17 años en la cárcel, seis más que ella.

En ese momento ambos estiraron sus manos con la hoja que les dan al salir de la cárcel.

 Curiosa leí el delito del hombre y decía Rebelión y otra palabra que desafortunadamente no se grabó en mi mente y que sólo puedo asociar con secuestro.

En estas hojas estaban sus nombres, el número de años que llevaban en la cárcel, el delito que habían cometido y en la parte inferior vi unas firmas y un sello. Lo curioso fue que las mostraron como si fueran niños queriendo demostrar que todo lo que decían era verdad.

-¿Y para dónde van ahora? – Pregunté —

-No sabemos. Lo que hicimos al salir fue reunir entre los dos 1300 pesos para coger un taxi y aquí estamos.

-¿Como así, no tienen familia, amigos, alguien que los pueda recibir?- Pregunté asombrada-

La mujer respondió que había perdido contacto con el mundo desde que estaba en la cárcel, que lo único que tenía era a la mamá pero que por obvias razones no podía contar con ella. El hombre dijo que tampoco tenía a nadie a quien llamar. Sin embargo parecía menos asustado que la mujer. En ese momento me di cuenta que tampoco tenía acento paisa.

-¿Entonces qué van a hacer?

La mujer me respondió con una pregunta

¿Cuánto vale una pieza aquí en Medellín?

-10 mil pesos -respondió el taxista-.

-¡Dios mío eso es mucha plata! ¿Cómo nos vamos a conseguir eso?

El hombre tranquilo dijo:

- Yo me defiendo, yo me rebusco.

Aunque en ningún momento sentí que me pidieron plata, tuve toda la intención de darles algo. Me parecía increíble concluir que la libertad, aquella que seguramente anhelaron estando presos, ahora era la causante de tanto pánico. Sentí pena de que Medellín los recibiera de esta manera, se supone que salir de la cárcel puede representar otra oportunidad ¿Pero qué tipo de oportunidad si no tienes a nadie, si no tienes un peso en el bolsillo, si no hay un lugar, diferente a la calle, donde puedas dormir y si tu carta de presentación son las hojitas que dicen estuve tantos años en la cárcel y soy secuestrador o asesino?

Recordé sus caras cuando me mostraron esas hojas y concluí también que gracias a ellas les negarían trabajos futuros. El panorama no era alentador y mi preocupación crecía con cada segundo que pasaba pues se acercaba el momento de bajarme.

Pensé en la tendencia que tenemos de marcar a las personas por lo que lo hicieron. Se confunde a menudo la palabra hacer con el ser. Cambiamos la frase cometió un asesinato por la frase es un asesino. Incluso a mí me pasó esto en la etapa inicial de la historia cuando sentí pánico al escuchar la voz de mi mente que dijo: Te montaste en el taxi con una asesina.

Cuando me mostraron las hojas corrí a leer el delito cometido, me importó más la acción que sus nombres. Aunque ahora que escribo concluyo que ellos son más que sus acciones y también son más que sus nombres, porque a pesar de que no sé cómo se llaman, los recuerdo. Las ideas que me hicieron pensar, lo que me hicieron sentir y sus imágenes me acompañan todavía.

-Minutos antes de bajarme le pregunté a la mujer. ¿Por qué estabas en una cárcel de Medellín si eres de Bogotá? Y otra vez volvió a responderme como una niña.

-Porque me portaba muy mal allá.

En segundos llegó la hora de bajarme pero no quería hacerlo. Tenía millones de preguntas y preocupaciones no resultas. Pero la ciudad va siempre más rápido de lo que yo quisiera.

 Le pedí al taxista que parara junto a la Iglesia de San Antonio, me bajé y revisé la plata en mis bolsillos. En ellos descubrí un billete de mil y otro de 20 mil. Pensé en el pasaje del otro bus que debía tomar y que valía 1600 pesos. Sentí impotencia, habría querido encontrar un billete de 5 mil al menos para dárselos, porque en el momento consideré que mil era muy poco y que 20 era demasiado. Estiré con tristeza el billete de mil y se lo entregué al señor de la barriga templada.

-De algo servirá -dije con tristeza-.

Al montarme al bus de Sabaneta me pesó no haberles dado el billete de 20 mil y pensé en varias alternativas… habría podido decirle al taxista que me cambiara el billete y les habría dado 10 mil pesos, así ellos habían quedado un poco mejor y yo habría podido pagar mi pasaje de bus completo. Miles de posibilidades mejores me atormentaron por la noche.

Todavía me pregunto ¿dónde estarán? ¿Qué estarán haciendo? ¿Será que alguien les ayudó ese día? ¿Será que volveré a verlos? ¿Bajo qué circunstancias se dará ese encuentro?

Está claro que no solucioné su problema de dinero, pero me consuelo al pensar que sí tuve oídos para escucharlos, corazón para no arrebatarles su humanidad. No dejé que el miedo destruyera la corta pero intensa conversación que tuvimos.

Sin duda, hay millones de estas historias en el país, sin embargo lo importante es la manera cómo nos tocan esas historias, la relación que establecemos con los que las viven y las cuentan.

El presente es un mar de infinitas posibilidades. Vale la pena preguntarse ¿Quién eres ahora? Y no ¿Quién fuiste ayer?

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Me llamo Susana

Mario llegó a mi casa a la una de la tarde y salimos hacia el Parque de Sabaneta en busca de un lugar para almorzar.
Cuando estábamos frente a la Alcaldía una viejita que sujetaba un poste de la luz estiró una de sus manos hacia Mario y le dijo que si la ayudaba a pasar la próxima calle.

Ambos nos miramos y dimos sin vacilar un giro de 180 grados.

En ese momento nos dijo que sólo veía sombras por su ojo izquierdo. Era sonriente y conversadora. Nos contó que estaba feliz porque acaba de salir de misa. Noté que hablaba con la satisfacción del deber cumplido.

“Mi hijo estaba preocupado porque no podía acompañarme, pero yo le dije que Dios era grande y que seguro encontraría personas dispuestas a ayudarme”.

Después del comentario puse la mano sobre su hombro y seguimos caminado hasta llegar a la esquina donde queda la discoteca San Diego. Allí paramos un momento y pasamos la calle.

-¿Aquí está la Panadería el Bizcocho?- preguntó.

-Sí - le respondimos.


-Bueno aquí ya me defiendo, sólo necesito llegar a la Secretaría de Educación y voltear en la esquina de Foto Vasco. Mi Dios les pague.

En ese momento la soltamos y nos quedamos inmóviles mirándola mientras se alejaba lentamente con las manos estiradas hacia adelante como los sonámbulos de las películas.

En segundos decidimos acompañarla hasta la casa.

Para llegar a la Secretaría de Educación tenía que pasar una calle más transitada que la anterior, entonces nos acercamos diciéndole que pasaríamos juntos la siguiente calle. Ella sonrió y me tomó de la mano.

Pronto llegamos a la esquina de Foto Vasco y ella insistió que siguiéramos nuestro camino, que ella vivía en esa cuadra.

Antes de separarnos quise preguntarle su nombre recreando en mi mente algunos nombres de abuelas que recordaba. Mi sorpresa fue tremenda pues en lugar de escuchar un nombre como Alodia, Griselda o Carmela,  la viejita respondió:

-Susana, me llamo Susana.

Al instante brinqué como tocada por la electricidad y creo que el volumen de mi voz aumentó tanto que podría catalogarse como “inapropiado” en el espacio público.

-       ¡Yo también me llamo Susana!

Después del alboroto y algunas risas de Mario, Susana nos contó que de niña había llorado mucho reclamándole inconforme a su mamá por el nombre que le había puesto y que ahora, conociendo la cantidad de niñas que se llamaban Susana, se sentía cada vez más orgullosa de la decisión de su madre.



jueves, 8 de septiembre de 2011

¡Que hablen las paredes de la ciudad!






Para opinar, contradecir, apoyar. Para hacer públicos los pensameintos de personas invisibles ante los medios.
Paredes que atrapan, embellecen o denuncian y que nos desconectan de la indiferencia y la rutina.
Caminar por la ciudad podría ser la manera de lanzarnos a un mundo construido por todos donde podemos saber de odios y de amores, de injusticias e igualdad.
Si la enfermedad de occidente es la soledad, las paredes estarán ahí como medios para encontrarnos con otras formas de ver el mundo.


Tristezas en el metro

Una niña morena, que aparenta 4 años, está sentada sobre las piernas de la mamá. La mujer está empecinada en hacerle un moño aunque el pelo de la niña es tan corto y tan crespo que no se presta a sus deseos. Sin embargo, esto parece no importarle a la mujer que le toma el cabello, lo estira como si fuera de caucho y lo recoge en una moña color rojo. La niña comienza a llorar y a gritar mientras me mira con las pestañas y mejillas mojadas. En ese momento la mamá se ofusca y le pega diciéndole:
-¡Cállate! ¿Es que no te da pena de la gente?