domingo, 28 de noviembre de 2010

No son buenos estos tiempos para hacer bromas en la calle

Camiando por la Oriental sentí el sol de la tarde sobre mi cabeza. Vi muchas personas opacas, afanadas y sudorosas. Me sentí agotada.

Decidí mirar el pavimento para no chocar con la mirada de nadie.
Atravecé varias calles en silencio cuando de pronto vi un bulto a lo lejos sobre la acera. Fui acercándome poco a poco y descubrí que era un niño indigente estirado en un lugar muy transitado. La gente se corría por instinto para no tropezarse. Lo esquivaban como si se trata de una piedra.

Me asombró la escena y el calor dejó de importarme.
No podía dejar de mirarlo. Al darme cuenta que estaba inmóvil me horroricé al pensar que podía estar muerto.

Aún no estaba muy cerca de él.

De pronto el cuerpo del niño dio un salto y se paró de golpe. Grité y salté...Sentí cómo mi corazón se aceleraba. Las demás personas no se dieron cuenta de lo ocurrido. Los que estaban esquivándolo en ese momento, se corrieron un poco para no tropezar y continuaron su camino sin ninguna alteración.

Después del salto, el niño se rió a las carcajadas y chocó su mano con la de otro niño que observaba la escena detrás de un poste. En realidad creo que no alcanzaron a verme, pero tal vez sí escucharon mi grito.

Al paso de unos segundos mi corazón volvió a su ritmo habitual. Sin embargo, esa tarde, no pude dejar de pensar en ese momento. Yo, que estaba aún lejos del niño, pude asustarme, los que estaban cerca de él ni se inmutaron.

No son buenos estos tiempos para hacer bromas en la calle. La gente camina anestesiada, la rutina les hace llegar a los lugares indicados sin tener que abrir los ojos.
Hemos perdido la vista.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Tomates sobre el asfalto

Parada en la esquina de la Soma esperando el cambio de semáforo, vi a dos muchachos que atravesaban la Oriental con una bolsa grande y pesada. En mitad de la calle la bolsa se rompió y salieron volando decenas de tomates que rodaron como canicas rojas sobre el pavimento.

Los muchachos desesperados intentaban cogerlos, pero el semáforo cambió y los carros sin compasión pasaron sobre los tomates.


La gente gritaba, los hombres esquivaban los carros, los tomates explotaban.


Quise correr para ayudarlos, pero soy muy cobarde con los carros. Solo grité ¡Ayuden a los muchachos! Otras señoras se unieron al grito.


El tiempo pasaba y los carros aceleraban y aún los hombres trataban de escabullirse en medio de los carros.


En esta ciudad vale más el tiempo que la gente.