miércoles, 28 de abril de 2010

Una historia de bus

A las 11:30 de la mañana terminó la clase de Opinión Pública y salí del salón. Cuando se acercan los exámenes finales camino más rápido y sonrío menos. En la tienda de la 70 compré una avena y una chocolatina. La avena la compré por "nutritiva" y me sentí responsable, después recordé que no había desayunado.

Un hombre se acercó a la tienda. Lo miré de reojo y vi cómo le temblaba el cuerpo: se le movían los pies, las manos, la cabeza, caminaba extraño y hablaba duro.

Vea Reina aquí está la platica, ¿si ve que podía confiar en mí? -le dijo a la señora de la tienda entregándole unas monedas-.

Llegó el bus de Laureles. Eché mi desayuno al bolso y saqué el pasaje de la billetera. El señor que temblaba se montó después de mí, pero por encima de la registradora. Sufrí por él, pensé no iba a poder pasar sobre la registradora con el cuerpo temblándole así.

Mientras que los pasajeros lo miraban, él dijo en voz baja "Ay Dios mío", se echó la bendición y empezó a hablar duro.

Miren señores, yo trabajaba en el “ronpoy” de San Diego y vendía cosas para carros, vendía muchas cosas, de todo vendía yo ahí Dios mío bendito. Pero hace un mes y medio un carro se pasó un pare y me levantó y cómo les parece que el bandido aceleró y me dejó ahí tirado. Ese accidente me dejó un daño cerebral y yo con 33 años ya no puedo trabajar. De todas maneras yo soy el hombre de la casa y tengo que llevar algo, ustedes entienden. Si me pueden ayudar está muy bien, pero si no, no se preocupen, en otra ocasión será y que Dios los bendiga".

Mientras hablaba me di cuenta de que le faltaba el dedo gordo en la mano derecha. Miré por la ventana, respiré profundo y sentí los ojos aguados. Lo importante -pensé- es que lágrimas no salieron. Busqué la billetera y saqué varias monedas, se las entregué sin mirarlo a los ojos.

Su actitud era lo más impactante, sonreía con timidez, pero a pesar de la situación, no tenía la actitud del típico limosnero, que parece con lástima de sí mismo. El señor que estaba sentado a mi lado se echó la bendición, me miró y creo que me vio los ojos aguados. Una viejita que estaba en una de las sillas le estiró una libreta al hombre de la historia y él la recibió, la trató de leer, pero la mano le temblaba mucho. Aún así le dio las gracias. Ella puso cara de satisfacción.

En la Alpujarra el señor que estaba a mi lado se paró y se bajó del bus y el muchacho de la historia se sentó a mi lado. Pasaron muchas ideas por mi cabeza. Recordé las clases de Opinión Pública, pensé en la Agenda Setting y en el tipo de temas que son más importantes para los medios de comunicación del país:“Que Chávez dijo aquello, que Uribe respondió esto, que la guerra no se acaba ni con mimos, ni girasoles etc…” ¿Y dónde están las crónicas que nos muestren la historia que viven día a día cientos de colombianos sin empleo? ¿Dónde están las crónicas de los desplazados del país, el segundo del mundo con más desplazados? ¿Será que mi profesor de periodismo cuando yo le diga que quiero escribir una columna de opinión sobre lo que acabo de vivir en este bus, me diga que eso carece de actualidad, pertinencia e interés del público? ¿Entonces de qué tengo que hablar?...ah sí ya sé… del Bicentenario de la Independencia de Colombia porque aunque no parezca dizque que somos libres y tenemos que celebrar con bombos y platillos nuestra libertad. Valiente libertad en un país donde tantas personas dependen de la misericordia de otras para poder comer y pagar el arriendo.

Sin embargo el desempleo no es un problema para el gobierno, porque como lo decía un hombre en una conferencia que se dio sobre la pobreza en la universidad ya no me acuerdo cuando, muchos de los colombianos que no tienen empleos formales, tienen uno informal, así las cosas los hombres y mujeres que venden confites en los buses no son desempleados sino empresarios independientes.

Dejé mis pensamientos a un lado y miré la libreta que le entregó la viejita al hombre. Decía en letras grandes Iglesia Pentecostal y me dije "Pues sí, será rezar", pero el hombre, que pareció adivinar mis pensamientos, dijo en voz baja. Ay niña yo creo en Dios y todo eso, pero tampoco es que sea muy devoto. A las dos cuadras me bajé.

jueves, 1 de abril de 2010

¿Existe la comunicación?

La comunicación no existe... pensé . Ya no quería hablar más ¿Para qué? Tuve de repente la sensación de que todos en ese salón estábamos encerrados en esferas de cristal y desde allí tratábamos de interpretar los movimientos de la boca que hacían las otras personas. La situación fue peor cuando comprendí que las eferas de cristal no eran tan transparentes como deberían, por el contrario, tenían una textura extraña, como viscosa, por esto las bocas que se movían afuera se veían borrosas..... ¡Demonios! -pensé- No existe la comunicación y recordé de inmediato el nombre de la carrera que elegí: Comunicación Social. ¡Estoy perdida!
Y es que parecemos esferitas rodantes, no nos moja la lluvia, ni nos transforma el sol. Nacemos blancos y nos morimos blancos.
En ese instante el profesor hacía su monólogo en voz alta y no digo que eso sea triste, lo triste es que él pensara que estaba conversando, debatiendo, intercambiando pensamientos.
Comunicar es hacer común, recordé la definición que me dieron en el primer semestre, pero ¿Cómo se logra esto si no escuchamos, si las esferas que nos envuelven no nos dejan ver claramente a los otros?
La mayoría de las personas definen sus posiciones frente a diferetes aspectos de la vida en la etapa de los 20 ó 30 años, de ahí en adelante su discurso es siempre el mismo y sus esferas no sólo son viscosas, sino polarizadas, blindadas.