jueves, 11 de julio de 2013

Susana, sus inversiones


El objetivo era fácil: entrar en la oficina cuando llegara mi turno, saludar, sentarme y pedir que eliminaran de mi  recién nacida cuenta de ahorros el 4 X 1.000. Parecía un asunto sencillo que empezó a complicarse cuando el hombre que me atendía comenzó  a hablar de una maravillosa póliza de seguro.  “Señorita no le interesaría contar con un seguro de vida que le ayude a… bla, bla, bla”. Me sentí agotada.

El hombre seguía hablando mientras que yo intentaba concentrarme en un formulario que debía llenar para solucionar mi verdadero problema. Tuve que parar de escribir porque no gozo de esa cualidad femenina que te permite hacer varias cosas a la vez y porque además me sentía grosera si no lo miraba mientras hablaba.

En un instante le pregunté cuánto valía pagar el seguro y el hombre entusiasmado sacó una tarifa para explicarme en detalle. ¡No puede ser! -pensé- La conversación se prolongará.

“A diferencia de otros seguros que sólo cubren ciertos temas después de la muerte, este seguro le ayudará en caso de hospitalización si ya lleva más de tres días en el hospital…bla, bla, bla”(…) “Para obtener el seguro básico de 15 millones sólo pagará 7.000 mil pesos al mes”.

-¿Bueno y se demora mucho ese trámite? Le pregunté pensando que preferiría pagar 7 mil al mes que seguir escuchándolo.

-¡No, es cuestión de 5 minutos! Cuénteme señorita Susana ¿Cuántos años tiene? ¿Sufre de alguna enfermedad? ¿La van a operar en menos de 3 meses? ¿Practica algún deporte extremo?.. -El hombre ponía cara de satisfacción cuando le respondía a todas las preguntas que No-.

-Bueno, entonces sí  es apta para adquirir la póliza, concluyó sonriente.

No pude aguantar la risa al concluir que el seguro de vida  es sólo para aquellos que no lo necesitan. ¡Negocio redondo!

Dejó de hablar y me entregó tres hojas para que pusiera mi firma, cédula y huella digital. En ese momento quise salir corriendo y decirle que me había arrepentido, que por favor atendiera a mi verdadera necesidad, pero no dije nada, por el contrario: tomé el lapicero y llené todo lo más rápido posible.

-Cuénteme señorita Susana ¿quiénes serán los beneficiarios de la póliza cuando usted muera? ¿Cuál será el porcentaje que recibirá cada uno?...

Lo más absurdo fue que primero adquirí la póliza y después solucioné el problema del 4X1000. Salí aturdida del banco encontrándome ante la primera experiencia de una persona que empieza a trabajar: los bancos mirándote como si tuvieras el signo peso dibujado en la frente.

Caminé hacia al bus pensando en el absurdo de estos tiempos en los que todos ahorramos esperando tragedias futuras: 300 mil mensuales por si me enfermo, 30 mil por si me muero, 100 mil por si llego a jubilarme…

No estoy en contra de la prevención, pero me parece interesante analizar cuáles son las empresas más poderosas. ¿Dónde se mueve el dinero? Y concluí que  las empresas que “atacan” lo impredecible, las que se adelantan al mañana  o las que intentan manipular el azar de la vida se llevan una buena tajada.

De momento, me gustaría invertir los 7 mil pesos que seguramente ya me descontaron por concepto de la póliza (estos trámites se hacen rapidísimo) en un buen helado o una cerveza para alivianar un poco la sensación de frustración e ingenuidad por la que pasé en mi primer mes oficial de trabajo.

Tal vez mientras me tome una cerveza pueda prepararme para la próxima llamada del mismo banco en la que me ofrecerán una fabulosa tarjeta de crédito o un préstamo por 20 millones de pesos que no he solicitado.

Empiezo ahora a entender desde la vida cotidiana la sociedad del consumo: trabaja, compra y endéudate, pero también ahorra para pagar tu entierro y aliviar con algo de dinero el dolor de las personas que más te quisieron.




jueves, 28 de marzo de 2013

Mi ciudad paranoide


Entre más somos, más inseguros nos sentimos, pensé mientras caminaba por el centro de la ciudad. Cogí mi bolso y lo llevé hacia adelante para no perderlo de vista practicando el consejo que me dio una vendedora de lotería en el Parque Berrío.
 
Con rapidez atravesé calles, esquivé bolsos, miradas, palabras y hombres que extendían hacia mi estómago papelitos con publicidades baratas de hierbateros. 

En minutos llegué a Prado- Centro y al encontrarme sin saber hacia dónde ir, sentí que el corazón se me aceleraba. Aunque estaba perdida en un lugar solitario y cada vez más oscuro, no quise sacar el papel con la dirección  del teatro al que debía llegar tratando de disimular lo que ocurría. 

¿Será que le pregunto a alguien? pero sólo vi tres indigentes caminando cerca. Entonces caminé rápido subiendo por calles que empezaban a empinarse conduciéndome hacia lo desconocido hasta que paré y con un giro de 90 grados grados deshice los pasos antes caminados. Y empecé a sudar y a pensar en historias terribles de tías y primas que vivieron malas experiencias en el centro de la ciudad. En la escopolamina y las nuevas técnicas de robo, en los hombres depravados y violadores que andan por ahí…

Después de largos segundos de pánico vi una tienda a la que entré. Allí compartí con el dueño la dirección y  recibí indicaciones.

De nuevo en la calle un hombre rozó mi brazo susurrándome algunas palabras al oído. En ese momento lo miré a los ojos con pánico intuyendo que era un violador y tuve que contener las ganas de gritar y  salir corriendo como una loca.  Pero nada de lo que imaginé pasó. El hombre siguió su camino y de vez en cuando devolvía la cabeza para mirarme. Era uno más entre tantos hombres que te llevan con sus palabras y miradas a los límites del fastidio.

Aunque sabía que estaba cerca del teatro que buscaba perdí toda la intención de llegar tanteando entre calle y calle, así que bajé nuevamente hasta el centro con la decisión de coger un taxi. Sobre la Oriental tomé el primero que vi vacío creyendo que todos mis problemas y miedos se desvanecerían… sin embargo mi desesperación creció cuando miré al retrovisor y vi la mirada perdida de un taxista que parecía trabado.

¡Ahora estoy peor que antes! Concluí con desesperación sintiendo que el corazón se  me salía del pecho, pero disimulé seguridad y proyectando un valor que me había abandonado, le di las indicaciones del teatro al que debía llegar. Una vez más, las historias retorcidas que imaginé mientras miraba por la ventana, no ocurrieron.

Llegamos en segundos al teatro. Pagué la carrera sintiendo que lo peor había quedado atrás. Me sentí por unos segundos a salvo, pero cuando toqué el timbre tuve la  terrible sensación de que incluso allí parada frente a la puerta corría peligro. ¿Me robarían? ¿Por qué se demoraban tanto en abrir? ¿Por qué no pasaba nadie por esa cuadra? ¿Pasaría un violador antes de que abrieran la puerta?

Después de largos segundos me abrieron y saludé con torpeza a las dos personas que se encontraban en la entrada. No puedo decir si fueron amables pues la paranoia se había apoderado de mí haciéndome sentir que había algo malo en todo lo que decía, me sentía torpe, tímida, observada con desaprobación por los demás y con pocas energías cuando la noche apenas empezaba.

Ese día mi ciudad se llenó de miedo, de horrores por descubrir, de malas intenciones, ese día miré hacia atrás  y encontré perdida la inocencia  de antes, los pensamientos despejados y tranquilos que experimentaba aún en los contextos más oscuros, en la confianza que depositaba en los desconocidos, en mi facilidad para sonreírle a extraños con los que me encontraba en el camino.

Algún día un profesor de periodismo al leer una crónica que hice del Parque de Envigado se quedó asombrado porque solo vio escenas  de niños jugando con burbujas de jabón, novios comiendo crispetas, viejitos vendiendo muñecas, relojes y todo tipo de cachivaches, borrachos inofensivos extendidos en las bancas, serenateros y vendedores ambulantes. “¿Pero qué hay de la oficina de Envigado? ¿Esto es lo que pasa en lo que fue la Casa de Pablo Escobar?” Me preguntó con la certeza de que a la crónica le faltaban cosas esenciales, sin embargo en aquel tiempo nada de esto pude ver. ¿Pero cuántas cosas habría visto si me hubiese hecho las mismas preguntas de mi profesor antes de ir al parque?

Comprendo que nuestra realidad ha estado marcada por la violencia y que sería absurdo cerrar los ojos y los oídos a las circunstancias que compartimos. Pero creo que paralelamente a esa violencia se han construido otras historias que día a día se desarrollan por cientos de personas que no salen en los periódicos.

Por esto no quiero que el miedo mine nuestra alegría, ni la intuición de que en cada persona hay luz por descubrir. Muchos podrán llamar a esto ingenuidad, yo le llamo supervivencia. ¿Pues qué clase de vida tendría si he perdido la esperanza en la humanidad? Creo que si pierdo la esperanza en la humanidad, perdería la esperanza en mí  y perdería la certeza de que la libertad nos permite cada día construir nuevos caminos.

Ya sé que los medios de comunicación han sido excelentes difusores de la  maldad en el mundo, que la crueldad, la sangre y la miseria no tienen que hacer lobby para salir en la televisión, pero yo quiero contar, ver y vivir otras historias, ese mundo que construyen las personas que no tienen miedo, quiero ser testigo de las realidades que tejen los que dejaron de quejarse y que asumieron su papel de transformadores sobre la tierra.

Después de un día de miedo, llegué a mi casa y  me reencontré con la calma en el silencio de mi habitación. Pronto volví a sentir la energía que palpita y se mueve eternamente, respiré profundo y sentí que me sanaba. Me entregué al presente y dejé atrás el ruido de mis pensamientos. La noche llegó y devoró con su compasiva oscuridad los dolores de mi mente atormentada.