lunes, 10 de diciembre de 2012

Billete en el suelo


Miré hacia el suelo y en el instante cayó un billete de 50 mil pesos de la maleta de un hombre parado a unos pasos de mí, entonces dejé de hablar por celular, me acerqué y le señalé el billete diciéndole que se le había caído. El hombre miró sorprendido, se agachó y lo tomó guardándolo en  uno de sus bolsillos.

Después de esto retomé la conversación que llevaba por celular y colgué unos segundos después. Sentí que el hombre me miraba desde lejos y luego de vacilar un rato se acercó y  me dijo:
-Niña, usted si es buena gente. Otro en su lugar se había quedado callado.

Fue entonces cuando le dije que no sería capaz de quedarme con algo que no me pertenece.
El hombre agregó:

-Con esta plata iba a pagar los servicios.

Cuando me monté en el metro pensé en lo triste que hubiese sido que el hombre llegara a pagar y al buscar el billete no lo encontrara.

¿Habría podido disfrutar un dinero que no era mío? ¿Cuántas cosas podría haber comprado con 50 mil pesos?  Pensé minutos después.

Definitivamente concluí que no podría disfrutar de aquello que le causa mal a otro. Como dicen los mayas: IN LAK´ECH: "YO SOY OTRO TÚ".

jueves, 6 de diciembre de 2012

La espiral del silencio


Todas las sillas del bus estaban ocupadas. La mujer pasó  por la registradora entregando su pasaje y el conductor lo tomó bruscamente y arrancó con fuerza sin esperar que ella tomara una posición adecuada.

Sentía desde mi asiento la furia que llevaba, pensaba en lo irresponsable de su actitud y recordé la manera en la que había tomado mi pasaje, casi arrebatándolo. El contacto con su mano me dejó una sensación de desprecio y ahora veía aquella mujer en una situación más difícil que la mía.

El bus arrancó y ella, sin equilibrio, dio algunos pasos torpes tratando de encontrar estabilidad, sin embargo, la brusquedad del conductor que apretaba el acelerador, como si  así exorcizara sus problemas, la llevó directo al piso.  

Primero vi uno de sus tacones que se doblaba, pero antes de escuchar el impacto de sus rodillas contra el piso me estremecí por el sonido que produjo el contacto de su cabeza con una de las barandas metálicas que sostienen los espaldares de las sillas.

Hay muchas caídas que suelen darme risa, pero esta me llenó de indignación. Quise pararme y gritarle al conductor, decirle todas las palabras que merecía. Pero miré alrededor y todos estaban en silencio mirando a la mujer que con dificultad se paraba. Ni siquiera ella fue capaz de decir algo. Un hombre le extendió la mano para ayudarla pero en mi interior sentía que no era suficiente. El conductor debía recibir aquello que había provocado, pero solo pudimos darle silencio, un silencio que aprobó su manera de actuar y que aún me duele porque no tuve la valentía de expresar mi justa indignación.

El silencio colectivo enmudeció mi grito interior. ¿Pero qué era lo más justo? ¿Cuál era la actitud correcta?

Tal vez parezca que esta es una anécdota sin importancia, sin embargo es una de mis historias favoritas aunque la sensación de culpa regrese a mí cuando me veo allí sentada sin decir nada. ¿Pero por qué es tan valiosa?  Quizá porque me llevó a pensar que no siempre la mayoría tiene la razón, aunque la democracia sea un principio incuestionable, advertí el magnífico poder que tienen las masas para impulsar  o prohibir comportamientos sociales y pensé también en lo difícil que es ir en contra de la corriente y en la soledad que a veces supone actuar de acuerdo a la conciencia…

Pero también he pensado en el dolor que implica callar para camuflarse con los otros, quizá allí esté la verdadera soledad, en medio de las multitudes.

Adultos mayores en el metro


Abrí los ojos y vi a un hombre parado justo a mi lado. Detallé su cara y sobre todo su cabello completamente blanco y sentí que debía continuar el viaje de pie para que él ocupara mi asiento, sin embargo, lo pensé varias veces  antes de pararme y  sentí pena por mis constantes dolores de espalda que seguro  se agudizarían durante las 12 estaciones que debía esperar para llegar a mi destino. Finalmente me paré con algo de temor, pues si bien el darle el puesto a alguien mayor es bien visto, si la persona a la que se le brinda el puesto no se siente tan mayor puede tomar este acto de cortesía como una ofensa: ya se sabe que la vejez en nuestro contexto es  la etapa de la que todos quieren huir.


Me paré entonces y le dije al señor que se sentara. En el instante el hombre me miró y dijo: ¡no creía que me veía tan viejo!
Su comentario me dejó sin aliento y solo pude esbozar una pequeña sonrisa que siempre aparece cuando no sé qué decir. El hombre me dijo que continuara sentada y así lo hice.

En la estación siguiente la persona que iba sentada junto a mí se paró y  el hombre se sentó en la silla mirándome.
-No suelo montar en metro -dijo- voy al taller donde están reparando el carro.
Sacó de una agenda café algo así como una cuenta de pago y la puso ante mis ojos. ¡Qué dineral! ¿No cree?

Aunque miré la hoja, no reparé mucho en el precio, sino en la actitud del hombre conmigo. Sus palabras me dieron a entender que no estaba molesto entonces  le dije que cualquier tipo de arreglo para un carro siempre solía ser una suma de dinero considerable.

-¿Y para dónde va? preguntó.

-Para el trabajo.

-Usted tiene cara de comunicadora… ¿Me equivoco?

Sonreí por  su acierto confirmándole su impresión.

Pasaron los minutos y hablamos sobre mi trabajo, sobre la vida de él y por último volvió a decirme que había sido para él una sorpresa que alguien lo encontrara tan viejo como para cederle el puesto.

Sin  más que decir, dejé que el silencio precediera al comentario y le dije que había sido un gusto conocerlo, que debía bajarme en la próxima estación. El hombre sonrió amablemente y me deseó un buen día matándome el ojo.

martes, 17 de abril de 2012

"La plata está hecha, hay que salir a buscarla"

Aunque esperaba el bus de Laureles en la 33, resulté sentada en un taxi con cuatro estudiantes que se dirigían al mismo sitio: la UPB. Recuerdo que el taxista pitaba como loco llamando nuestra atención en el paradero.

- ¡Colectivo! ¡Colectivo! - gritaba con un ánimo particular y más, si se aclara, que los gritos se emitieron a las 7:00 de la mañana para personas con caras de dormidas.

El hombre manejaba rápido y esquivaba carros como si jugara a los carritos chocones. Sin embargo, su imprudencia, en lugar de molestarme, causó mi risa. 

Quise detallarlo y lo encontré de unos 40 años llevando una camiseta roja algo gastada. Fui al retrovisor para ver sus ojos y el hombre, en medio de su afán, se encontró con mi mirada y descubrió que reía contemplándolo en su estado de hiperactividad.                                
Tal vez mi expresión fue tan clara que el hombre dijo:

-Niña, la plata ya está hecha, hay que salir a buscarla.

En ese momento me reí y en los segundos que vinieron, antes de llegar a la  Universidad, pensé en la frase y comprendí que jamás lo había visto de una manera tan sencilla.

Tristeza

Desde la tristeza es difícil observar la ciudad. Las historias de los buses pierden su magia, los ojos ya no capturan ninguna escena interesante.
La tristeza es como un velo que nos desconecta del mundo exterior.
No importan las sonrisas, las lágrimas ni las maldiciones de nadie.

Una bella canción