jueves, 14 de julio de 2011

Receta para días tristes

Ese día me reí bastante en el bus, aunque mis pronósticos al despertar no contemplaron sonrisas cercanas. Incluso cuando me echaba un poco de rubor frente al espejo se me escaparon algunas lágrimas que arruinaron el maquillaje.

Al montarme al bus saludé al conductor, pero no obtuve ninguna respuesta. El hombre solo estiró su mano pidiendo mi pasaje.

Me senté junto a una ventana que abrí para sentir el viento y empezaron cientos de pensamientos a atormentarme. Cuando el día no parecía prometedor, pasó algo simple, pero que le dio un giro radical a mi día: decidí estar donde realmente estaba.

Miré al interior del bus y empecé a escuchar la conversación de dos mujeres que estaban detrás de mí. La una le decía a la otra:

-Es que usted si es bobita, lleve los tacones en el bolso y cuando llegue a la empresa se los pone.

La otra mujer, a la que miré de reojo, le comentó después que una vez había llovido y los tacones se le habían aflojado tanto que estuvo a punto de caerse. La amiga, después de reírse un rato, le aconsejó que aprovechara esos bolsos que tenía tan grandes para echar en ellos los tacones.

Las mujeres se quedaron en silencio unos segundos y de pronto una de ellas habló.

-En estos días me acordé de vos cuando me decías que yo cabía arrodillada en un bolso tuyo y es que imaginate que en las noticias contaron que una mujer en Méjico fue a visitar al esposo a la cárcel y cuando ya se iba a ir, lo metió en un bolso para llevárselo.

-¿Y lo sacó? – preguntó la otra-.

-Nada, el bolso quedó tan pesado que los esfuerzos de la mujer al cargarlo la delataron.

En ese momento explotaron en risas y yo también las seguí pero de manera más discreta. Esta historia me dejó varias sensaciones: primero me reí por semejante idea ¿Cómo se le ocurre a esa mujer echar al esposo en un bolso? Después me pareció triste al suponer la falta que este hombre le hacía. En segundos ya estaba pensando en el tamaño del bolso, en el tamaño del esposo y en las caras que hacía la mujer mientras lo cargaba. También imaginé la conversación que debió tener la pareja antes de comenzar las contorsiones necesarias para acomodar un cuerpo humano dentro de una maleta. Me pareció una historia muy femenina y concluí que aquel hombre tenía que estar desesperado en ese lugar para acceder a las ideas de su mujer.

Al terminar mis conclusiones, una de ellas agregó.

-¡Qué pesar! A mí sí hubiera podido cargarme porque soy livianita. Una vez más la miré de reojo y vi que era una mujer menudita, mona, con gafas oscuras y pinta ejecutiva. Le puse 25 años.

El trayecto se me hizo corto. En cuestión de minutos vi el paradero de la 33 y varias mujeres nos paramos antes de llegar para tocar el timbre. Sin embargo el conductor no se detuvo y nos dejó dos cuadras más lejos.

Cuando el hombre al fin paró , una mujer mayor de camisa roja le gritó:

-¡Habríamos quedado mejor en la casa de su mamá!


En ese momento se me escapó una risa un poco escandalosa.



domingo, 3 de julio de 2011

Caminando por la Playa

Se desprenden olores a papas criollas y a churritos con azúcar al lado de la Soma, cae la noche sobre Medellín y las luces de la ciudad se encienden para iluminar las pilas de cabecitas que caminan por La Playa y la Oriental.

Junto a la  Casa de los Barrientos hay un pequeño puesto en el que se exhíben chicles, confites y paquetes de papitas.


Explota el comercio en cada rincón de la calle, vendedores ambulantes siguen mostrando sus productos, pasan rostros cansados por largas jornadas de trabajo y otros maltratados por la vida, por el hambre... la miseria.

En el Palo con la Playa una mujer robusta lleva una carreta con una pirámide de brillantes mandarinas.

En medio de los pitos, los frenos de los carros y el murmullo de la gente, el viento hace bailar las hojas de los árboles que también tienen su música para regalarle a esta noche.

Continúa La Playa camino arriba con sus negocios. Se venden helados de maquinita con chocolate, choco-crispis, maní y bolitas de colores, ensaladas de frutas, postres y pasteles, y afuera, sobre las calles, se tienden telas de colores donde reposan aretes, manillas, collares y anillos hechos por artesanos.

Con los años los sonidos cambiaron y ya no es la quebrada Santa Helena la que deja su música en el aire, ya no hay enredaderas ni niños bañándose en el río, ya no están las casas enormes de antes, sólo queda la de los Barrientos que, aunque no fue la más bella de su época, hoy se roba los elogios y el asombro de muchos que crecimos bajo estos tiempos donde las casas y los apartamentos son como cajitas de fósforos.


Su nombre "La Playa" fue lo único que quedó de aquella época donde las familias adineradas crecieron jugando con el agua cristalina de la quebrada, con las plantas, las flores y los arbustos que nacían en la humedad.

Ahora la quebrada Santa Helena lleva su cauce silencioso bajo la calle pavimentada que sepultó su antigua vida de protagonista.

Posando para la foto

Medellín, Plaza Botero.

Parado sobre una escultura de Botero está un pequeño niño que observa confundido a un fotógrafo del parque. Sus padres están detrás del fotógrafo haciéndole muecas que no logran provocar su risa. Pasan los segundos y la pareja decide exagerar las piruetas, pero el niño, que aparenta unos tres años, no sonríe.

Algunos curiosos se aglutinan para ver el cuadro, llegan cada vez más personas que intentan ver entre el tumulto lo que pasa y... ¡Oh sorpresa: están tomando una foto!

De pronto la escena pierde importancia y el tumulto se disuelve.

Sin embargo los padres siguen haciendo muecas al niño que se niega a sonreír.

El fotógrafo toma partido y empieza a alentar al niño:
-"¡Eso maravillosoooo! ¡ Sonríe pequeño! ¡Ohhhh sí esoooo! - dice con voz de locutor mostrando sus dientes podridos-.


El niño parece no entender lo que pasa entonces los padres deciden hacer parte de la foto.

El fotógrafo parece exaltado, se inclina, se mueve hacia la derecha, hacia la izquierda buscando el mejor ángulo y grita - ¡Esoooo excelente! manejando el volumen adecuado que comienza fuerte y se va desvaneciendo.
Parece todo un profesional, cada movimiento, cada gesto, cada palabra es perfecta.