martes, 13 de octubre de 2015

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La naturaleza de la gracia es expansiva. La plenitud es como el agua que llena el vaso y lo desborda. Quien esconde la riqueza, la roba o la niega no conoce la abundancia.

¿Cómo juzgar al que siente carente? ¿Cómo condenar a quién ya se ha condenado? 

El egoísta es corrupto porque vive en la carencia. No hay mezquinos que vivan sin temor.
La sed del ambicioso es el lenguaje de su pobreza, pues un vaso repleto no necesita llenarse.





La verdad no necesita defensores


En la necesidad de convencer al otro se esconde una duda. Quieres convencer porque no te has convencido. El inseguro necesita seguidores para sentirse bien.

Quien lucha por defender una idea es porque no se la ha creído. La verdad no necesita ser defendida para ser la verdad. La tierra siguió girando alrededor del sol aunque en el mundo se creyera lo contrario.

...Nada le pasa al azul cuando el daltónico lo ve verde.

Compartir no es convencer, dar no es exigir, expresar no es imponer. 




jueves, 24 de septiembre de 2015

Menos juicio, más acción


Si te molesta la corrupción, la violencia, la codicia y la miseria, y te sientes decepcionado del mundo que ves; pregúntate de qué manera puedes hacerle un regalo de amor al mundo que te duele y necesita tu ayuda. Siembra sonrisas en las paradas de los buses, en tu trabajo, en la universidad… ¿A cuántas personas escuchaste esta semana? Si estás cansado de la mentira y la corrupción permite que la transparencia se exprese en tu mirada, en las conversaciones  y acciones que tienes. 

Si te hastía la violencia y la agresión empieza a reconocer el amor y la luz que habita en todas las personas y deja de percibir al otro como alguien diferente a ti. Así dejarás de juzgar y comenzarás a comprender que detrás de cada actitud deshonesta o hiriente se esconde una falta de amor que necesita ser sanada. Cuando alguien te insulte traduce sus palabras y comprende que solo te está mostrando su dolor. “Todo ataque es un llamado de auxilio”.

Si sabes en tu interior que la violencia no te hace feliz entonces no apoyes causas que la fomenten. No te embarques en discusiones de buenos y malos que solo alientan la polarización y la lucha. 

Si quieres la paz habla de paz, expresa paz, lleva paz a donde vayas. El proceso de firmar la paz en Colombia no es un proceso entre la guerrilla y el gobierno como los medios de comunicación nos hacen creer, es un proceso que todos los colombianos debemos vivir en nuestro interior. Nunca conoceremos la paz si creemos que son los otros (el afuera) quienes tienen el poder y la responsabilidad de elegirla. No cedas más tu poder y firma la paz con Colombia y contigo. La paz no florecerá afuera sino la siembras adentro.
 
Si estás cansado de políticos corruptos que solo roban pensando en sí mismos, atrévete a pensar qué puedes compartir con tu país. ¿A cuántas fundaciones apoyas? ¿A cuántas personas fuera de tu familia y de tu círculo de amigos ayudas? ¿El dinero que recibes es solo para ti o una parte de tu dinero la compartes con los que más necesitan? ¡Todavía tienes la oportunidad de elegir distinto!

Si tus políticos enseñan egoísmo, enseña tú altruismo. Si tus políticos enseñan soberbia enseña humildad, si tus políticos enseñan a discutir, despréndete de tu deseo de ganar una discusión cuando compartes una idea con alguien. Si los medios solo hablan de problemas sin solución para que seas un integrante más de las masas frustradas y resentidas, enseña responsabilidad y empoderamiento y asume que el cambio de tu vida está en tus manos, en tus  palabras, en tu forma de pensar… Deja de defenderte y empieza a amar. Cada vez que te defiendes estás apoyando la guerra.

Si sientes que la ambición y la codicia han enfermado la tierra, escucha tu corazón y recuerda que la felicidad no está definida por la suma de dinero que ganas con tu trabajo. ¿Cuánto vale un atardecer? ¿Una caricia? ¿Cuánto vale la sonrisa de un extraño? ¿La lluvia? ¿Abrazar un amigo? ¿Llorar? ¿Cuánto vale escuchar una canción? ¿Comerte un helado? ¿Preparar una cena? ¿Escuchar el silencio? ¿Bailar? ¿Gritar? ¿Cuántos miles de millones se necesitan para dormir, comer y vestirte? 

Parece fácil juzgar la ambición en el otro, pero qué difícil es reconocer que estás trabajando en un lugar que detestas solo por el dinero que te dan a cambio, qué difícil es mirar hacia adentro y reconocer que sientes que el éxito es directamente proporcional a la cifra de dinero que reposa en tu cuenta bancaria. Si quieres crear un nuevo mundo, empieza por transformar tu vida. No seas un esclavo más de la aprobación exterior.

No juzgues a tus políticos y en cambio agradéceles porque en su sed de dinero nos demostraron que la plata nunca será suficiente para satisfacernos. En el enriquecimiento grotesco de nuestros políticos y empresarios supimos que el dinero no llena a nadie porque el vacío de la humanidad no se llena con dinero, solo se llena con amor.







jueves, 13 de agosto de 2015

Juzgar es sufrir

Cada vez que JUZGAS estás creyendo en la SEPARACIÓN. Es decir, crees que existe alguien fuera de ti que es DIFERENTE. Cuando crees en la SEPARACIÓN ves la vida desde el EGO. La única VIDA que el EGO puede percibir es una COMPETENCIA. Cuando vives en una COMPETENCIA entras en un CAMPO DE BATALLA y en un CAMPO DE BATALLA todos son AGRESIVOS.

Cuando JUZGAS al corrupto, al ladrón, al asesino, al sistema, a tu familia, a tus compañeros de trabajo, tus amigos, tu país (Con tus pensamientos, palabras o acciones)… estás afianzando tu creencia en la SEPARACIÓN.

Ahora, NADIE ve el MISMO MUNDO. Quien ve el Mundo desde la RIQUEZA MATERIAL a donde vaya verá POBRES Y RICOS, quien ve el Mundo desde la BELLEZA CORPORAL a donde vaya verá BELLOS Y FEOS, quien ve el mundo desde la INTELIGENCIA a donde vaya verá INTELIGENTES e IGNORANTES. Y esto es porque TU CREENCIA CREA el mundo que ves.

Tu CREENCIA es como un FILTRO que solo te deja ver AFUERA aquello que CREES ADENTRO. Analiza cómo es tu mundo y podrás saber cuáles son tus creencias.

Lo que ves AFUERA, por lo tanto, es un ESPEJO que refleja tus CREENCIAS. Así, cuando veas una persona que te irrita evita quejarte y pregúntate qué parte de ti está reflejando esa persona. La naturaleza del EGO es EVASIVA. Proyecta sobre  el OTRO aquello que no quiere reconocer en SÍ MISMO.

Cuando dejas de JUZGAR empiezas a hacerte RESPONSABLE. Esto quiere decir que DEJAS DE IDENTIFICARTE CON EL EGO puesto que el EGO es totalmente IRRESPONSABLE.

Cuando te haces Responsable NO TE CULPAS, NI TE CASTIGAS. Aquel que se VICTIMIZA está EVADIENDO SU RESPONSABILIDAD para DESPERTAR COMPASIÓN EN EL AFUERA.

Quien se hace RESPONSABLE se perdona Y ELIGE DIFERENTE EN EL AHORA agradeciendo por la EXPERIENCIA que le llevó a tomar una DECISIÓN NUEVA.

Quien deja de JUZGAR deja de IDENTIFICARSE CON LA MATERIA, pues sabe que el Mundo de la FORMA es TRANSITORIO. Para el EGO la FORMA confirma su creencia en la SEPARACIÓN Y EN LAS DIFERENCIAS pues existen blancos y negros, niños y ancianos, gordos y flacos. Para la CONSCIENCIA SUPERIOR  LA FORMA NO ES MÁS QUE UNA MANIFESTACIÓN DE LA ENERGÍA.

Cuando sabes que TODO ES ENERGÍA, NO CREES EN LA SEPARACIÓN. Cuando no crees en LA SEPARACIÓN no crees en la existencia de alguien DIFERENTE a ti. Cuando no hay alguien diferente a ti crees en LA IGUALDAD. Cuando crees en la IGUALDAD sabes que los pensamientos, palabras y acciones en contra de los otros son pensamiento, palabras y acciones contra ti mismo. Cuando reconoces esto CREES EN LA UNIDAD y cuando CREES en la UNIDAD  CONOCES LA PAZ Y LA DICHA.


miércoles, 20 de mayo de 2015

Todos los sonidos están dentro del silencio


Abro los ojos y escucho el silencio que vibra en la mesa, en el nochero, en la ventana… Una quietud se mueve entre libros y  paredes.

Llueve en Buenos Aires.

Camino despacio respetando el silencio. Me muevo lento como si un niño durmiera en mi pieza.

Afuera el viento corre entre calles frías y húmedas. Los autos se mueven, se detienen, pitan, aceleran. Un ladrido llega como un eco, el sonido metálico y agudo de un martillo dibuja en mi cabeza el edificio que crece sobre Independencia y hay hojas de los árboles que chocan por el viento y cantan como el mar cuando se balancean. Hay hojas secas que caen al suelo y crujen bajo zapatos de niños y turistas. El eco de una ambulancia se acerca estridente cubriendo los demás sonidos y de pronto mi pieza es grito y vidrios que tiemblan, pero pronto la estridencia es solo un eco, un sonido que huye hacia otras calles despiertas. Vuelve el silencio y con él el sonido del martillo, del perro, del auto, del árbol… Sonidos cotidianos que jamás escucho.

Esta canción sin partitura sigue tocándose mientras presiento una vibración que emana de todas las cosas. Una energía que las envuelve.

En esta quietud de mi alma el silencio es una nota de matices infinitos. Todas las historias ocurriendo en este instante.

Detrás del canto del pájaro, del martillo, del árbol hay un sonido permanente que no vacila ni se detiene. Una vibración que sostiene todos los sonidos.

Y vuelve otra vez el ruido de la ambulancia temblando en mi cabeza. Empieza y termina un ciclo. Comienza otro movimiento. Me pregunto si la vida será una partitura, una canción que solo escucho cuando estoy atenta.

Llueve en Buenos Aires.

Llueve en mí.    
                                                                   
Sinfonía de silencios abrazando mis oídos.




domingo, 12 de abril de 2015

Miedo en los balcones




Boedo, este es el barrio donde vivo ahora. Ubicado en la zona céntrica de Buenos de Aires. Llegué el 12 de diciembre preparada para vivir fuera de Colombia.


La casa donde vivo tiene un balcón grande. Por las tardes me gusta sentarme afuera para ver el atardecer mientras escucho música o me quedo en silencio. Justo al frente hay una casa café oscura de dos pisos. El primer día noté que tenía luces navideñas, un detalle extraño pues adornar las fachadas no es una costumbre extendida en Buenos Aires. No llegan ni a diez el número de casas iluminadas que vi en diciembre.

Con el paso de los días la casa vecina empezó a inquietarme. El prenderse y el apagarse de las luces fue el único movimiento que observé por días. ¿Y dónde está la gente? Fui al balcón en las mañanas, en las tardes y en las noches con la esperanza de ver un movimiento distinto, pero el titilar automático de las luces era el único acontecimiento importante en la dinámica del hogar. Estarán de viaje, supuse.

La casa es hermosa. Con ventanas y puertas de madera. Un garaje y un antejardín. Las ventanas son grandes pero siempre están cerradas. Las puertas son grandes, pero siempre están cerradas. Parece una casa sellada. Una fortaleza.



Un día, sentada en el balcón mientras leía, presencié el primer movimiento humano en la casa. Se abrió la puerta del garaje y vi la trompa de un carro asomarse. Después se abrió la reja siguiente que separa el antejardín familiar de la calle. El carro salió, las puertas se cerraron tras de sí y en segundos el carro llegó al semáforo de la esquina. No pude ver la cara de nadie.

Las luces del alumbrado se prenden y se apagan, se prenden y se apagan. Pero la navidad no está en las luces automáticas, está en la gente. La pobre casa parece detenida en el tiempo. Ajena al mundo que la rodea. Y pensé en las historias que se escriben detrás de las ventanas, historias ocultas a la luz del día, historias de luz eléctrica y de aire acondicionado, de puertas majestuosas y siempre cerradas. Historias con escudo.

Y comencé a mirar con detalle las otras casas y las otras puertas, los balcones y las ventanas. ¡Cuántos balcones hay en Buenos Aires! ¡Cuántas puertas hechas para gigantes! Cada puerta es una obra de arte, una escultura con rostros tallados. Esta ciudad tiene pasado. Casas que parecen reliquias. Patrimonios históricos donde vive la gente.



¿Y qué pasa en los balcones? Desde hace dos meses no he visto a nadie de la cuadra en una ventana o mirando la ciudad desde los balcones. Soy la única extraña que mira los árboles mecerse con el viento. ¡Sí, hay viento a pesar de los pronósticos! El primer verano argentino me recibió dócil como si quisiera consentirme, atraparme en esta ciudad, hogar de la memoria. Y seguiré en Buenos Aires con la ciudad de la eterna primavera en mi sonrisa, porque Medellín no son las calles, ni el metro, ni los buses de colores, Medellín es una manera de vivir, de mirar a la gente.


Veo las fachadas de las casas y de los apartamentos en Buenos Aires. Las rejas fueron creciendo en los balcones. Si estás en un balcón así no podrías estirar la mano hacia la calle para mojarte cuando llueve. Es como meterse en una jaula que vos mismo has construido. Y si mirás el edificio completo, verás que cada balcón es como una celda seguida de otra y de otra y de otra.




Y hay jaulas pequeñas para los pájaros dentro de estos balcones. La primera vez que vi uno así no pude más que reírme. Los pájaros encerrados por obligación; las personas por miedo. No sirven las rejas, las puertas ni los candados para ahuyentar el miedo, éste se cuela por las rendijas más pequeñas, en las voces del teléfono, de la radio, en la mirada paranoica del vecino, en la historia de un hermano al que robaron, en el recuerdo siempre latente del día en que te quitaron algo que era tuyo, solo tuyo.

Y entonces los delincuentes caminan libres por las calles mientras que vos estás en tu casa, en tu pequeña fortaleza, protegido detrás de las rejas sintiéndote glorioso. Solo algunos días sentís que sos vos quien está encerrado y no ellos y te persigue la idea de que tu apartamento se parece más a una cárcel y que tus vecinos, cuando los mirás asomándote desde la rejilla, parecen prisioneros que duermen en pisos distintos al tuyo.

También hay plantas en los balcones. Muchas plantas. Una matera tras otra, pequeñas porciones de tierra cuidando enredaderas que escalan las paredes como alpinistas. Plantas que cruzan campantes las rejas de los balcones y se meten en las casas de los vecinos. Y entonces se cubren las rejas metálicas de hojas verdes, esas rejas que construiste para poner tus límites, para que nadie vulnere los centímetros de aire que te pertenecen.

Extraño comportamiento tienen las plantas que regás todos los días y que cierta semana se extendieron irreverentes hacia los costados burlándose de tus límites.

¡Es tan hermoso Buenos Aires! ¡Poesía para mis ojos!




Esto lo pienso mientras viene Daniel, el dueño de la casa y me mira sentada en el balcón con el celular en la mano y… “Tené cuidado Susi cuando estés en el balcón, capaz que te ve alguien y busca la manera de subirse para apurarte tus cosas. Nunca ha pasado. Pero puede pasar. No sé cómo será en tu país, pero aquí…”y mueve la cara de un lado para otro con las cejas empinadas…

En segundos estoy en Colombia recordando el día en que intentaron robarme el celular con un cuchillo. Y veo la cara del tipo metida en mis recuerdos persiguiéndome por días, arrebatándome el sueño, la bendita inocencia de mirar a la gente sin pensar que quieren hacerme algo malo.

Supe con el tiempo que el hombre no se había robado el celular, pero sí le permití que se llevara algo más importante. La tranquilidad de caminar por la calle sin sentirme la escolta de mis cosas. En últimas, las cosas son para disfrutarlas, no para ser esclavo de ellas.


Es una cárcel el miedo, imán que atrae y materializa temores. Creador de realidades construidas con recuerdos. Quien más se protege, más vulnerable se siente porque el verdadero peligro nunca está afuera. La amenaza que tanto aterra es un antiguo inquilino despertándose al interior de la jaula.


lunes, 30 de marzo de 2015

El Bururú Barará


A las 8 de la noche ya no hay mesas disponibles en el Bururú Barará. Sobre la acera un hombre se mueve como si el ritmo de la salsa lo electrizara. Camina hacia la calle y se detiene en la mitad. Sacude los hombros y los pies respondiendo a la percusión de la charanga que suena desde los bafles del Bururú. ”Ritmo sabroso te invita a bailar/ritmo sabroso te invita a gozar…”  el coro de la canción de Ray Barreto vibra entre la calle de casas antiguas cercanas al Parque Bolívar.

Lo mirás. Lo volvés a mirar. Después buscás una mesa para sentarte. Sobre el techo hay discos  de acetato pequeños y grandes. Entre ellos hay una bola de espejos, la célebre bola disco diciéndote que  el espíritu del Bururú es la fiesta.

Desde la barra, Alberto Herrera pone la música, solo música de LP. Él y sus clientes, muchos de ellos rigurosos coleccionistas y audiófilos, sostienen que la calidad de la música del LP es superior a los sonidos digitales por la fidelidad que tienen las grabaciones en formato análogo. Aquí el código binario no seduce a la gente y es entre discos de vinilo y sin computadores donde nace la fiesta. El scratch, ese sonido de la aguja tocando el disco que rueda sobre el tornamesa, le da un sabor especial a cada tema.

Oídos entrenados, románticos, eruditos. Aquí escuchar es un arte.
El sonido de las trompetas y el repiqueteo  metálico de los timbales no conocen fronteras y se elevan hasta tocar los ladrillos de la Catedral  Metropolitana. Afuera los almacenes de artículos litúrgicos ya están cerrados y desde las vitrinas las vírgenes de porcelana observan a la Medellín nocturna que apenas se despierta.





La música


Temas de la Sonora Matancera, Celia Cruz,  Panchito Riset y Buena Vista Social Club se mezclan con canciones de Tito Rodríguez, Beny Moré y Eddie Palmieri. Son, guaracha, mambo, porros, boleros, chachachá y guaguancó, una familia de géneros cubanos, afrocaribeños y neoyorkinos que se abrazan bajo la palabra salsa sonarán hasta las 3 de la mañana sin interrupciones.

Con una colección que supera los seis mil discos, Alberto Herrera, consiente a su público con las canciones que más disfrutan sin abandonar la meta que asumió años atrás: compartir temas  desconocidos de bandas virtuosas que renueven el repertorio de su local y amplíen los gustos musicales de clientes y amigos.

En esta discoteca especializada en música popular cubana, ruedan sobre el tocadiscos las mejores orquestas de la música antillana de los años 50, 60 y 70. Pero también se escuchan, especialmente los fines de semana, orquestas salseras desde los años 80 en adelante.
El sabor y la musicalidad del sitio empieza desde su nombre “Bururú Barará”, título de un famoso son cubano compuesto por el compositor, bajista y director Ignacio Piñeiro.
“Bururú Barará ¿Cómo está Miguel?” Alberto Herrera tararea el estribillo de la canción trayendo con su canturreo la sonoridad de las leguas africanas que le dieron origen a esta expresión sabrosa.



Los bailadores


Junto a la barra un hombre baila solo y sonríe. Lleva un morral negro y pequeño sobre la espalda. Termina la jornada laboral y emprende su camino hasta el Bururú. Ocho horas de trabajo no le impiden bailar toda la noche con el morral a cuestas.

El hombre que estaba en la calle se desliza por el concreto hasta llegar a la barra. Entra y saluda con las cejas y un rápido temblor de hombros al amigo del morral. Sobran las palabras: su lenguaje es el movimiento.

“Hay gente que viene acá cada 8 días, viernes y sábado. Ya los extraña uno si no vienen” así es la  fidelidad de los clientes que tiene Herrera. Entre los visitantes hay muchos que traen maracas, bongós, campanas y timbales para mejorar la rumba.  Cuando los instrumentos siguen el ritmo de las canciones la emoción de los bailadores se vuelve efervescente. Mejoran las piruetas e incrementa la alegría colectiva.

“Yo me pongo celoso mamá, cuando tú bailas con otro” repite la canción de la Típica 73. De principio a fin la letra dice lo mismo y es que los instrumentos son los protagonistas. Hay trompetas que gritan quejumbrosas, bongós enfurecidos, timbales repicando hasta sazonarte la rabia. Las melodías hablan y los cuerpos de los bailadores les responden.

Antes de las 12 de la noche las luces se encienden y los hombres que bailan solos hacen su espectáculo. El movimiento impredecible de sus cuerpos parece representar una arriesgada caminata por la selva. Brincan repentinamente como esquivando un precipicio, pisotean rápido y con fuerza como si caminaran sobre hormigas, extienden los brazos hacia los lados como  atravesando un abismo parados sobre una cuerda. Mirarlos es asistir a una película de comedia donde el protagonista libra obstáculos con movimientos juguetones y  sonrisas. En sus estilos de baile se esconde el origen de la salsa, ritmos nacidos en medio de la pobreza que ríen las tristezas en lugar de llorarlas.

Una mujer cercana a los 50 años se mueve sobre sus tacones de 6 centímetros. Su vestido ajustado enseña una cintura que se mueve con destreza. El cabello corto de estilo moderno realza su cuello que permanece erguido con elegancia. Sus movimientos son finos, precisos, no desperdician energía. La mujer administra el  movimiento de los  hombros como aquel que añade pimienta a un plato. El secreto está en agregar la justa medida.

Desde la acera un hombre de boina beige y zapatillas blancas observa a los bailadores y les regala sonrisas que llevan en su brillo todo el aire tropical cubano. A su lado un hombre alto y moreno lo acompaña con una sonrisa pícara y fiestera. Caminan entre la gente como si llevaran el sol adentro. Sonríen y sus sonrisas abrazan. Hasta los movimientos más ligeros de sus hombros y rodillas demuestran que el sabor vive en sus cuerpos.

En el pasillo bailan las parejas. Todos llevan el ritmo, pero nadie baila igual. Cada cuerpo se expresa con un sabor auténtico. Se cocina la fiesta del Bururú entre sabores elegantes y explosivos; sabores juguetones e histéricos; sabores seductores y alegres.

Y ves a mujeres en tenis y en tacones, en vestidos y en bluyines, de 20 y de 60. A hombres con cachuchas y boinas, camisas a cuadros y guayaberas estampadas; zapatillas blancas y tenis. Múltiples estilos y personajes unidos por dos pasiones: la salsa y el baile




La ciudad desde el Bururú


Cae la noche sobre Medellín y los vendedores ambulantes atraviesan el Parque Bolívar. Frente al Bururú Barará, ubicado una cuadra debajo de la Catedral Metropolitana, desfilan desde las 6 de la tarde vendedores de raspado y de crispetas que terminan la jornada. Entre sonidos de trompetas y  timbales se cuelan chirridos de carritos tinteros y carretas de madera. Pasan recicladores, trabajadores que caminan hacia el metro y venteros ambulantes que dejan sus carritos en casas y parqueaderos donde pagan alquiler.

Una Medellín se acuesta y otra se despierta. Desde la barra ves cómo la ciudad va cambiando de traje.

Desde las 5 de la tarde las puertas metálicas y corredizas del Bururú se abren como párpados. Y desfilarán por las calles mujeres de curvas estrambóticas dominando tacones de 15 centímetros. Senos enormes y faldas diminutas actuarán como imanes de miradas. Comienza la noche y se dispara el trabajo de travestis que esperan a sus clientes en un local llamado “La Raza”.

Frente al Bururú se elevan  olores a perros y hamburguesas que salen de una caseta ambulante. Justo al lado, el Papa Juan Pablo II, grabado en el aviso de un local religioso, clava su mirada sobre  rumberos,  borrachos, travestis y recicladores.


Alberto Herrera




Un cazador de sonidos, un romántico del acetato, terco defensor de la alegría y la pachanga,  un erudito musical, un publicista de canciones. Este es Alberto Herrera, el papá del Bururú.
“Yo a los 6 años en vez de comprar un juguete compré un disco” no había mudado los dientes de leche cuando inició su camino como coleccionista. Ahora, esta antigua pasión lo obligó a comprar tres estanterías para ubicar en ellas decenas de discos que  estaban apoderándose de su casa: discos en las alcobas, en los nocheros, en las mesas  y hasta en la cocina.

En su niñez, caminado por el centro de Medellín para ir a la escuela, Alberto escuchó por primera vez canciones de la Sonora Matancera, El Conde Rodríguez y Eddie Palmieri; y otras calles con otros bares le mostraron la Medellín tanguera que no logró seducirlo. “Es que la salsa es alegría, en cambio el tango es un drama” se ríe y demuestra con esa sonrisa que su amor por la salsa fue firme desde el principio.  

En su juventud trabajó como DJ en una discoteca sobre Palacé, entre Amador y Maturino, sector donde funcionaron más de una decena de discotecas especializadas en salsa. Más adelante  administró una discoteca salsera llamada La Fuerza  y desde hace 19 años dedica su vida al Bururú Barará que aunque ha cambiado de local en varias oportunidades, desde su nacimiento ha  funcionado en La Candelaria y ha conservado su clientela pese a los cambios de sectores.

Desde el nombre llamativo del local hasta los LP que ruedan sin parar sobre el tocadiscos, esta viejoteca marca la diferencia con otros lugares salseros de la ciudad, sin embargo cuando le preguntás a Alberto Herrera qué es lo más auténtico del Bururú responde sin vacilar que es la gente.  

Y es precisamente la gente la que ha convertido un local de 18 metros cuadrados en la mejor pista de baile. Se baila entre las mesas, en el pasillo, frente a la barra y hasta en la acera. Y si el Bururú se muda de casa la gente también. El Bururú Barará es como una patria de personas que sin conocerse se sonríen. La salsa es la madre que todos comparten y que los hace miembros de una misma familia. Cada ocho días compañeros del trabajo, amigos y parejas se reúnen para compartir la magia de la fiesta salsera donde los problemas se bailan y el cansancio se olvida.


Bururú Barará



Me pongo celoso